Este artículo escrito
fue publicado en
voanoticias.com
Susana Cunningham, o
“mamá Grande”, vio llegar un contigente conformado por
al menos ochenta efectivos de la policía que irrumpieron
en la casa donde se encontraba en la noche de enero del
2017, mientras participaba en un evento religioso junto
a otros comunitarios miskitos.
—¿A quién buscan?, recuerda esta líder miskita que les
preguntó a los oficiales de la Policía.
—Venimos a ver qué estás haciendo aquí—, le
respondieron.
—¿Quién me acusa?, volvió a preguntar.
—El Estado, contestaron.
Aunque no la detuvieron, la casa ubicada en Managua
donde se encontraba fue allanada durante varias horas.
"Ese tipo de asedio te paraliza, da taquicardia, el
azúcar se altera... y así varias veces me han hecho en
diferentes ocasiones y ya llegó al punto en que no pude
resistir estar en mi casa, tranquila, porque no le hago
daño a nadie".
Cunningham, de 76 años, atribuye la persecución en su
contra a una represalia del gobierno de Daniel Ortega
por su activismo a favor de las comunidades indígenas y
afrodescendientes que viene realizando desde la década
de 1980. Dice que el cerco sobre ella se intensificó
durante la crisis política de 2018.
Por eso - explicó a la Voz de América- decidió poner fin
a esos momentos angustiosos un 23 de diciembre de 2021
cuando decidió salir de Nicaragua por veredas.
“Fue difícil”, recuerda.
Cunningham, o Mamá Grande, se define como una líder
indígena y es originaria de Waspán, un municipio de la
Región Autónoma de la Costa Caribe Norte de Nicaragua,
donde la mayoría de sus habitantes hablan su propio
idioma, el miskito.
Mamá Grande, como le suelen decir en su comunidad,
cuenta que el camino que recorrió al salir de Nicaragua
“era muy distanciado” y se desmayó unas tres veces. “Ya
no podía caminar, pero nosotros queríamos entrar en esta
tierra para poder atender nuestra salud y, por lo menos,
dormir un poco en paz porque en nuestras casas no
podíamos tener esa paz y seguridad porque siempre nos
asediaban, nos perseguían, siempre había ojos que nos
miraban”.
Vivir en el exilio -dice- ha sido muy difícil. Pasa sus
días en viviendo en un pequeño cuarto que encontró en un
caserío ubicado en La Carpio, un asentamiento situado en
San José, Costa Rica, que fue fundado en 1993 en gran
mayoría por extranjeros.
Su rostro luce resquebrajado y agotado. Relata que
recientemente reacomodaron la habitación para hacer
espacio para un nuevo integrante de la familia, que al
igual que ella, salió de Nicaragua recientemente huyendo
de la crisis política.
Vea también: “Presa me sentí más libre”
Contando a sus hijos y nietos, en total duermen cinco
personas junto a ella en la habitación. En la casa hay
unas 20 familias más exiliadas que están en condiciones
de hacinamiento. Cada una renta un pequeño espacio.
Según la activista miskita, al menos unas 300 familias
más de esta etnia se han desplazado durante los últimos
cinco años a Costa Rica al igual que ella.
Pero de acuerdo con un informe emitido por el Centro por
la Justicia y Derechos Humanos de la Costa Atlántica de
Nicaragua (CEJUDHCAN) son más de 1.000 los indígenas que
han sido desplazados forzosamente hacia otras
comunidades fronterizas sobre todo con Honduras.
El gobierno de Nicaragua no respondió a una solicitud de
comentarios de la VOA sobre las denuncias de
organizaciones en su contra.
El gobierno de Ortega sostiene en foros internacionales
que avanza en la defensa de los pueblos indígenas y la
restitución de sus derechos. El pasado 21 de abril, el
embajador de Nicaragua en la ONU, Jaime Hermida dijo que
en el país "se promueve en todos los ámbitos el orgullo
de las raíces étnicas".
Más de 300 familias miskitas han salido de Nicaragua en
los últimos cinco años, según organizaciones sociales.
El informe de CEJUDHCAN indica además que las
autoridades de Nicaragua han ignorado los conflictos
armados en las comunidades indígenas que ha dejado al
menos 49 indígenas asesinados entre los años 2011 y
2020.
La Oficina de las Naciones Unidas se ha pronunciado en
múltiples ocasiones sobre la persecución contra las
comunidades indígenas que han sido desplazadas debido a
la persecución en sus tierras.
En febrero de 2020 un informe de la ONU lamentaba los
reiterados ataques contra pueblos indígenas en
Nicaragua, así como la falta de protección de sus
derechos y la impunidad de los delitos cometidos contra
ellos.
"En la actualidad, el 31 % del territorio nacional
alberga pueblos indígenas y afrodescendientes. Aunque el
Estado nicaragüense les ha concedido derechos sobre sus
tierras ancestrales, siguen enfrentándose a desafíos y
presiones debido a las recurrentes invasiones de
colonos", dijo el informe.
La ONU alude en su informe a los colonos como grupos
armados que buscan obligar a las comunidades indígenas a
abandonar sus hogares ancestrales para usar sus tierras
y realizar actividades como la tala ilegal y el pastoreo
de ganado.
Desde febrero del 2020 la Oficina de la Alta Comisionada
ha urgido a las autoridades nicaragüenses a investigar a
fondo y de manera independiente e imparcial todos los
atropellos reportados contra las comunidades indígenas y
a procesar judicialmente a los responsables.
Los datos oficiales contabilizan 23 territorios
indígenas y afrodescendientes en el país. Según el VIII
Censo de Población realizado en el año 2005, en la
nación centroamericana habitan 120.817 miskitos.
Becky McCrea, una abogada que por años ha trabajado como
defensora de los territorios indígenas de Nicaragua,
atribuye la salida masiva de los miskitos y otras etnias
a la invasión de personas no indígenas o colonos que los
despojan de sus tierras. Dice que parte es
responsabilidad del Estado que no frena la invasión.
Un gran número de miskitos nicaragüenses se han
desplazado a La Carpio, Costa Rica.
Los expertos evalúan el cambio climático entre las
razones que provocan el desplazamiento de indígenas.
Citan por ejemplo los dos huracanes que golperaron en el
2020 a la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte (RACCN),
con una diferencia de 15 días: Eta e Iota.
Lea también: ¿Por qué es recurrente el impacto de
huracanes en Nicaragua?
La abogada McCrea asegura que se agudizó la persecución
contra los miskitos después que comenzó la crisis
política en 2018.
"Esto marcó un antes y un después", dice.
Y directamente cita la persecución contra los indígenas
en Rama Kay, una isla o cayo ubicado en Bluefields, en
el Caribe Sur de Nicaragua, donde el gobierno de Ortega
habilitó una estación policial.
“Hay una estación de Policía desde 2019 y eso ha sido
muy difícil para los lugareños acostumbrarse a ese
sistema del Estado porque tradicionalmente las
comunidades están acostumbradas a convivir bajo su
propio sistema tradicional que consiste en el auto
cuido", expone McCrea.
Entre las novedades que ha traído la estación policial
está que los pobladores están obligados a solicitar
permisos para poder hacer eventos en las iglesias o
particulares, como cumpleaños, bodas y otras
celebraciones familiares.
"Es algo nuevo para nuestras comunidades”, agrega.
En abril, el embajador de Nicaragua ante la ONU dijo que
las tierras de las comunidades indígenas de la Costa
Caribe nicaragüense poseen protección especial, y son
"inembargables, imprescriptibles e intransferibles, las
cuales equivalen a 38,434.81 km², correspondiente al 30
% del territorio nacional aproximadamente".
Nicaragua: comunidad indígena enfrenta la pandemia y
abandono del gobierno
Con la esperanza de volver a Nicaragua
Más de un millón de nicaragüenses viven en Costa Rica,
de acuerdo a cifras oficiales. Entre 2018 y 2022 se
habían acumulado alrededor de 200.000 solicitudes de
refugio de nicaragüenses. Hasta el momento unas 50.000
personas ya tienen agendada una cita y se encuentran a
la espera de formalizar la petición.
Sin embargo, la mayoría de los indígenas consultados
para este reporte, especialmente la comunidad miskita,
tiene la esperanza de regresar a sus tierras una vez que
dejen de existir los factores que obligó al
deplazamiento.
"No me acostumbro a estar fuera, nuestra comida como
miskito es difícil encontrarla en Costa Rica y además es
otro país donde tienen su propio idioma", dijo la
miskita Sinforosa Devis Labonte, mientras reparte pan.
de coco y una bebida típica de su cultura
"Volveremos algún día a Nicaragua", concluye. |